Cuidar de otro, un bebé o un niñ@ por ejemplo, implica satisfacer sus necesidades físicas, afectivas, relacionales, entre otras. Se trata de entender que necesita y encontrar una manera respetuosa de poder entregárselo. Sin embargo la relación de cuidado no solo implica a quien cuido, sino que también nos envuelve a nosotr@s los cuidadores. Una publicación de “The Lancet Early Childhood Development Series” (2016, citado en UNICEF, 2019) refiere que, los esfuerzos realizados para apoyar a los niñ@s no tendrán éxito a menos que se proporcione el mismo cuidado y apoyo a los cuidadores de esos niñ@s.
Los profesionales de la infancia necesitamos crear entornos de cuidado en el trabajo, es decir, tener instancias establecidas para poder intercambiar experiencias, sentimientos u opiniones o contar con supervisiones de expertos en X temas e incluso en la medida de lo posible implementar teletrabajo una vez por semana. Todo ello podría ayudar a descomprimir la carga y a aportar nuevos aires al trabajo, y sobre todo garantizar cuidadores sanos y disponibles para los niñ@s.
Es un proceso complejo, porque implica cambiar la mirada, derribar las creencias que hasta ahora hemos tenido en torno al sacrificio en el cuidado. Es complejo también porque implica mirarnos a nosotros mismos, como en un espejo, reconocer aspectos propios que para bien o no tan bien, forman parte de la relación con otro. Aprender a reconocer porque X me afecta más o porque fluye mejor el trabajo con algunas familias que con otras, etc. Este camino de autoconocimiento, me permite tomar consciencia de mis límites, de lo que me afecta, de la manera en que me estoy comportando, etc. Ser consciente de esto, poder trabajarlo, no solo mejorará mi relación con otros, sino que también conmigo mism@ y con mi trabajo.